jueves, 31 de enero de 2008

La Bella Durmiente



Versión muy breve

Érase una vez... una reina que dio a luz una niña muy hermosa. Al bautismo invitó a todas las hadas de su reino, pero se olvidó, desgraciadamente, de invitar a la más malvada.

A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron los años y la princesita se convirtió en la muchacha más hermosa del reino.


El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara probar. "No es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Mas si tienes paciencia te enseñaré." La maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa se pinchó con un huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina.
La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. "¡No morirá! ¡Puedes estar segura!" la consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha un mar de lágrimas, exclamó: "¡Oh, si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada buena pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. " ¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar." dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo sueño.
En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido realmente. Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa. Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano. Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se desesperezó y abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño. Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado." El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.
Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda.


Hecha completamente a mano. El cuerpo de la muñeca, la boca, la blusa y los zapatos son de fieltro, el pantalón de mezclilla y el pelo de estambre. Los ojitos, pestañas y cejas son bordados con hilo. Es la primera muñeca que hice, por eso es diferente a las otras. Fue hecha para mi amiga Bany, a su imagen.

domingo, 27 de enero de 2008

Leyenda de una Flor






Un cielo rosa- azulado, chorreando vapores de agua, cubría el pequeño pueblito situado en un maravilloso valle, en el centro de Asia, donde habitaba la familia de los Sung. El padre, de tez cobre canela; la madre, morena, con hermoso moño negro anudado a su nuca, de menudos pechos ahumados, que gemían baladas redondas; y el hijo, de un año, componían la feliz familia que las hojas de los cerezos y la nieve de las montañas cercanas soñaron contemplar. Los días de fiesta, se ponían su traje más hermoso y salían al campo a pasear y admirar su belleza. Uno de esos días la familia no salió. El pequeño Shu, estaba enfermo. -Se habrá resfriado esta mañana – dijo el padre. -Sí; dentro de unos días estará bien- sentenció la madre. Pasaron los días y el pequeño no mejoraba. La madre, preocupada, viendo la palidez de la carita del niño, dijo: -Escucha, esposo: he pensado que debemos llevar a nuestro hijo al sabio que vive en las afueras del pueblo. Él conoce las hierbas que sanan y nos dará alguna para nuestro hijo. -Dices bien, esposa. Mañana mismo le llevaremos. Al día siguiente, apenas el alba se abría paso entre la noche, cuando los gallos cavaban buscando la aurora, la pareja salió en busca del hombre sabio que recolectaba hierbas que curaban a los hombres. Una vez delante del anciano, mirando éste al niño, escucharon las palabras negras: - Lo siento; pero no tengo las hierbas que puedan curar a vuestro hijo. -¡Por favor, te lo rogamos! ¡Dinos qué podemos hacer para que nuestro hijo viva!- suplicó la madre. -El sabio la miró y su pena le conmovió. -Mira, mujer; vas a ir a lo más profundo del bosque y, en el lugar donde se encuentra el árbol más alto, ahí hallaras una flor. ¡Tráela! Tantos pétalos como tenga, tantos días vivirá tu hijo. Sólo puedo decirte eso. -¿Una flor? -Sí. La madre, con el rostro de amapola, salió en busca de la desconocida flor. Con la soledad a cuestas y la sombra sobre sus ojos llegó al lugar del bosque donde se erguía el árbol más alto que jamás viera. Su copa se desvanecía entre hilachos de algodón. Buscó alrededor de él, y sus ojos captaron una flor, cuya forma, color y perfume, eran la esencia de la belleza. Cortó una y, horrorizada, vio que tan sólo la formaban cuatro pétalos. -“¡Oh, no; mi hijo sólo vivirá cuatro días! ¡No; no lo puedo consentir!” Y, arrodillándose, depositó la flor en el verde manto y, muy despacio, con sumo cuidado, fue rasgando cada pétalo en finos hilos de color. -“Mi hijo vivirá mucho más, ahora” Regresó corriendo llena de esperanza a la casa del sabio. Le mostró la flor. El anciano comenzó a contar los finos pétalos pero una alada brisa los amontonó y perdió el número de los contados. -Tengo que empezar de nuevo- dijo para sí. Fue separando, de nuevo, con sumo cuidado los pedacitos de flor y, de pronto, una inesperada lluvia impidió que siguiera contado. -Creo que es imposible contar los innumerables pétalos de esta flor. Esto indica que tu hijo vivirá incontables días. Idos tranquilos; el niño llegará a contar largos años en su vida. Así fue, el niño sanó, y vivió largos años. Los padres, agradecidos y felices, quisieron ir de nuevo hasta el lugar donde crecía la flor. La sombra del majestuoso Sándalo protegía a las especies vegetales que anidaban a sus pies de la dureza del sol. La pareja vio, con admiración, que las flores que allí se mostraban, tenían incontables pétalos; tantos, como los que la madre había dividido a los de la primera flor. Decidieron darle un nombre en honor a su virtud de dar larga vida a los hombres, y le llamaron: Crisantemo.


Las avispitas y las flores fueron hechas por Montserrat, una amiga a la que quiero mucho. Ella ha querido que publicara las fotos aquí con un cuento que me gustara y también me ha dejado dicho algo muy bonito: “Gracias Ale por compartirnos los sueños que se bordan al corazón con hilo y aguja" y yo le respondo que muchas gracias a ella por permitirme poner aquí las fotos y hacer que esto siga creciendo. Son hechos a mano con fieltro, limpiapipas y chaquirón (en los ojos).

miércoles, 23 de enero de 2008

El Pingüino



El Pingüino



Hace muchos, muchos años, el pingüino era una de las aves preferidas por los dioses que recorrían las tierras del sur de América.

Cuentan que en esa época tenía grandes y fuertes alas que le permitían volar tan alto como el cóndor. Se elevaba y descendía por el espacio a velocidad increíble y se posaba en los árboles cercanos a los ríos o al mar.

Pero su vuelo majestuoso lo había vuelto soberbio, y desde el cielo miraba con desprecio a los peces, porque los consideraba seres muy inferiores a él, aunque se alimentaba de ellos. Era tal su desprecio, que a pesar de no tener hambre se zambullía con fuerza en el mar y los mataba con su fuerte pico por puro placer.

Pero la naturaleza decidió privarlo de aquello que tanto lo hacía sentirse superior: su capacidad de volar. Sus potentes alas se acortaron y no le sirvieron más para el vuelo, y con mucha humildad tuvo que aprender a nadar como los peces, a los que tanto había despreciado en su vida anterior. Todo esto lo convirtió en el hazmerreír de los grandes amos del cielo.
El pingüino, sumamente avergonzado, debió dejar sus nidos en los árboles y ocultarse en pequeños huecos en la tierra, y por si esto fuera poco, se le condenó a pasar la mayor parte de su vida en las frías aguas de las regiones australes, sin dejar de ser ave.

El pingüino se puso tan triste, que se retiró con su compañera, a la que elige para toda la vida, y, dice la leyenda que cuando uno de ellos muere, el otro se interna en el mar y nunca regresa.


Los pingüinos están hechos a mano con fieltro blanco, tela de algodón negra y tela de magitel amarillo y los ojos son bordados con hilo.

lunes, 21 de enero de 2008

La Cenicienta




Una versión muy breve




Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.

Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
- Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.

Llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.
- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada Madrina.
- No te preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta. Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.

La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.
En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.
- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.
Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Rey recogió asombrado.

Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el zapatito.
Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le estaba perfecto.
Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.


El cuerpo, la boca y las zapatillas de la muñeca están hechos con fieltro. La ropa es de algodón y mezclilla con el detalle de la lentejuela magenta. Los ojitos son bordados y las chapitas pintadas. Es la muñeca Diana, basada totalmente en ella.

Para ver más grandes (y bonitas) las imágenes o ver todas las fotos de la galería, dar click en ellas. No toma mucho tiempo y vale la pena.

domingo, 20 de enero de 2008

El Gallo, la Gallina y el guisante




El Gallo, la Gallina y el guisante
Cuento Ruso

Éranse un gallo y una gallina. Un buen día, el gallo se puso a escarbar la tierra y encontró un guisante.
—¡Co, co, co, cómete el guisante, gallinita! —dijo el gallo.
—¡Co, co, co, cómetelo tú, gallito! —dijo la gallina.
Picó el gallo el guisante, y se le atragantó. Pidió el gallo a la gallina:
—Ve, gallinita, al río y pídele agua para mí.
La gallina corrió al río y dijo a éste:
—Río, riacho, dame agua: el gallito se ha atragantado con un guisantito.
El río le contestó:
—Si le pides al tilo una hoja, te daré agua.
Corrió la gallina donde se alzaba el tilo.
—Tilo, tilo —dijo la gallinita al árbol—, dame una hojita. Se la llevaré al río, y el río me dará agua para que la beba el gallito que se ha atragantado con un guisantito.
El tilo dijo a la gallinita:
—Ve a donde está la niña y pídele un hilo.
La gallina corrió a cumplir el ruego del tilo y pidió a la niña:
—Niña, niña, dame un hilo. Llevaré el hilo al tilo, el tilo me dará una hojita, llevaré la hojita al río, y el río me dará agua para el gallito, que se ha atragantado con un guisantito.
La niña le respondió:
—Si vas a casa de los peineteros y les pides un peine, te daré el hilo.
La gallinita corrió a casa de los peineteros y les dijo:
—Peineteros, peineteros, dadme un peine. Llevaré el peine a la niña, la niña me dará un hilo, llevaré el hilo al tilo, el tilo me dará una hojita, llevaré la hojita al río, y el río me dará agua para que la beba el gallito, que se ha atragantado con un guisantito.
Los peineteros le contestaron:
—Ve a casa de los panaderos y tráenos rosquillas.
Corrió la gallinita a casa de los panaderos:
—Panaderos, panaderos, dadme unas rosquillas. Llevaré las rosquillas a los peineteros, los peineteros me darán un peine, llevaré el peine a la niña, la niña me dará un hilo, llevaré el hilo al tilo, el tilo me dará una hojita, llevaré la hojita al río, y el río me dará agua para que la beba el gallito, que se ha atragantado con un guisantito.
Los panaderos le dijeron:
—Ve a buscar a los leñadores y que te den leña para nosotros.
Fue la gallina en busca de los leñadores, y les pidió:
—Leñadores, leñadores, dadme leña. Llevaré la leña a los panaderos, los panaderos me darán unas rosquillas, llevaré las rosquillas a los peineteros, los peineteros me darán un peine, llevaré el peine a la niña, la niña me dará un hilo, llevaré el hilo al tilo, el tilo me dará una hojita, llevaré la hojita al río, y el río me dará agua para que la beba el gallito, que se ha atragantado con un guisantito.
Los leñadores dieron leña a la gallinita.
La gallinita llevó la leña a los panaderos, los panaderos le dieron unas rosquillas, la gallinita se las dio a los peineteros, los peineteros le dieron un peine, la gallinita lo llevó a la niña, la niña le dio un hilo, la gallinita lo llevó al tilo, el tilo le dio una hojita, la gallinita la llevó al río, y el río le dio agua. El gallito la bebió y se tragó el guisantito. Muy contento, cantó el gallito:
—¡Quiquiriquí!



La gallina y el gallo están hechos de fieltro. El pollito y las partes amarillas del gallo y la gallina están hechas con tela de magitel. La cresta del gallo es de tela de algodón y las estrellas son de plástico.

El Conejo de la Luna




Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre. Pero todavía siguió caminando, caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos. Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar.
-¿Qué estás comiendo?, - le preguntó.
-Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
-Gracias, pero yo no como zacate.
-¿Qué vas a hacer entonces?
-Morirme tal vez de hambre y de sed.
El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo;
-Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.
Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:
-Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti.
Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:
-Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.

La conejita es hecha a mano con fieltro blanco y verde. El vestidito está hecho con tela de algodón estampada y la cara es bordada con hilo.

Caperucita Roja

Caperucita Roja


Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo porque le gustaba tanto, que todo el mundo en el pueblo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí un lobo malvado.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas, los ciervos...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores:
- El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.


Hecha totalmente a mano. El cuerpo, los zapatos y la blusa son de fieltro, los jeans con tela de mezclilla. Los ojos, pestañas y cejas fueron bordados con hilo, la boca es de fieltro y el pelo de estambre. Está hecha a imagen y semejanza de Zandy.

viernes, 18 de enero de 2008

Don Quijote de La Mancha





En su largo caminar, Don Quijote y Sancho se encuentran con unos molinos de viento y Don Quijote creyéndose que son gigantes se dispone a atacarlos con su lanza. Sancho intenta remediar esta situación diciendo a su señor que no son más que molinos de viento, pero Don Quijote se empeña en atacarlos ya que él piensa que son gigantes malvados. Nuestro héroe acaba mal herido en su singular aventura, pierde su lanza en esta lucha y recuerda cómo una vez leyó que un caballero repuso su lanza con un tronco de árbol y así lo hizo èl.
Al día siguiente de la hazaña vivida con los molinos de viento, Don Quijote y Sancho vieron a dos frailes que caminaban en la misma dirección que una mujer que viajaba detrás de ellos. Don Quijote pensó que los monjes tenían secuestrada a la mujer y arremetió contra ellos, no sin el aviso de su fiel Sancho de que otra vez se estaba equivocando.
En esta aventura, como en tantas otras de Don Quijote, escuchamos siempre la voz de su escudero intentando devolver a su señor a la realidad de los hechos. Es por tanto esta obra universal la puesta en escena de dos conceptos bien distintos: el mundo de las ideas de Don Quijote y el mundo real de Sancho Panza. O es la demostración también de que dentro de cada persona pueden existir y convivir perfectamente ambas realidades y sacar al exterior la que más convenga dependiendo del momento.

Lámpara hecha a mano por Benjamín Vergara Reyes. De lámina lisa y soldadura eléctrica. Los detalles son hechos con la soldadura y con los golpes del martillo. Es un artesano que disfruta mucho de lo que hace y tiene muchas otras lámparas y máscaras de Don Quijote y otros personajes.
Esta entrada no tiene nada que ver con la tela pero sí con las cosas hechas a mano. Y como pueden recordar, todo lo hecho a mano tiene lugar en este blog.




Pájaros de Colores






Érase una vez una inmensa selva donde todos los pájaros eran blancos, negros o una mezcla de ambos colores. En esta selva vivía una enorme serpiente verde. Una mañana, mientras paseaba entre las plantas, la serpiente vio unas flores rojas. Una tras otra empezó a comérselas, ñam, ñam, ñam, y acabó con todas.
Siguió su camino y, por casualidad, alcanzó a verse su propia cola. Volvió la cabeza para fijarse mejor. Tenía manchas rojas por todo el cuerpo. “¡Qué raro!” pensó la serpiente, “pero hacen bonito.”
Más tarde, la serpiente encontró unas flores azules, y ñaca, ñaca, ñaca, se las zampó todas. Luego giró la cabeza para verse el cuerpo. En efecto, estaban empezando a salirle manchas de un azul vivo. La serpiente estaba encantada, y continuó devorando todas las flores que encontraba a su paso.
Al acabar el día, tenía la piel cuajada de manchas amarillas, naranjas, moradas y rosas. “No hay serpiente en el mundo más hermosa que yo,” siseó, enroscando el cuerpo para poder admirarlo mejor.
Los pájaros estaban muy enfadados. Se agruparon en torno a la serpiente graznando y piando. “Mira lo que has hecho,” dijeron a coro. “Has dejado la selva sin flores. Antes era de colores y ahora es toda verde.”
La serpiente sabía que los pájaros tenían razón, y sintió mucha vergüenza. Se fue a un rincón apartado y se sacudió y se retorció hasta que se le rasgó la piel. Poco a poco, se desprendió de ella y, dejándola abandonada, se alejó serpenteando con una piel nueva de color verde. Los pájaros no tardaron en encontrar la piel. La partieron en pedazos con sus picos, y se cubrieron las alas y el cuerpo con ellos. Al instante, sus plumas se volvieron rojas, azules, naranjas, amarillas, moradas y rosas. Cada pájaro se llevó un trocito de piel. Incluso los diminutos colibríes aprovecharon pedacitos de rojo para la garganta, y de amarillo para las alas. Los pájaros se repartieron toda la piel de serpiente y, de este modo, adquirieron sus alegres colores.

Y todavía los siguen luciendo, como comprobará quien se adentre en las selvas de Sudamérica.


Gorrión, Cacatúa, Guacamaya y Guacamayo Jacinto. Hechos a mano con fieltro, a excepción de las partes de color amarillo, que fueron hechas con un magirel y los ojitos son bordados con hilo de colores.

miércoles, 16 de enero de 2008

Parábola del Caballo



Un campesino, que luchaba con muchas dificultades, poseía algunos caballos para que lo ayudaran en los trabajos de su pequeña hacienda. Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de los caballos había caído en un viejo pozo abandonado. El pozo era muy profundo y sería extremadamente difícil sacar el caballo de allí. El campesino fue rapidamente hasta el lugar del accidente, y evaluó la situación, asegurándose que el animal no se había lastimado. Pero, por la dificultad y el alto precio para sacarlo del fondo del pozo, creyó que no valía la pena invertir en la operación de rescate. Tomó, entonces, la difícil decisión: determinó que el capataz sacrificase al animal tirando tierra en el pozo hasta enterrarlo, allí mismo. Y así se hizo. Los empleados, comandados por el capataz, comenzaron a lanzar tierra adentro del pozo de forma de cubrir al caballo. Pero, a medida que la tierra caía en el animal este la sacudía y se iba acumulando en el fondo, posibilitando al caballo para ir subiendo. Los hombres se dieron cuenta que el caballo no se dejaba enterrar, sino al contrario, estaba subiendo hasta que finalmente, consiguió salir.



Hechos a mano con fieltro. Los ojitos son de chaquiras y el pelo es de hilo o estambre.

domingo, 13 de enero de 2008

Mundo Marino


Mundo Marino
Por Marisa Avogadro







Verde, verde esmeralda, verde brillante, verde claro, todos los verdes y algunos violetas. Así es mi casa, rodeada de algas, corales y perlas.
Un mundo nuestro, otro mundo. Burbujas de aire que como globos navegan. Tesoros escondidos bajo rocas,
arena y trozos de madera.
Burbujas, burbujas salen de mi boca cada vez que te hablo y muevo mis aletas al compás de las olas danzarinas. Me deslizo rápido o bien despacio y mi piel parece el sol encendido de madrugada.
En el fondo del mar , nuestro mundo marino, sabe a sal y agua fresca. Peces somos, peces de agua y vida silvestre. Algas azules, rojas y verdes. Flores desconocidas, multicolores, que se mecen al compás de las aguas traviesas.
Mundo marino, otro mundo, de agua, sales, arenas y misterio.





Hechos a mano con fieltro de diferentes colores. Los ojitos y las bocas son bordados y las chapitas de fieltro. Los he puesto en 1/3 de botella de plástico para formar un pequeño mundo marino para un amigo muy querido. Saludos!

martes, 8 de enero de 2008

Mundo de Tela está dedicado a las personas que comparten conmigo la afición por la costura a mano.
Abro este blog porque me parece la mejor manera de compartir mis trabajos con los demás, así como anunciarlos y poner a la venta lo que quieran. Y si alguien quiere anunciar aquí trabajos hechos a mano (de preferencia que estén relacionados con tela) pues adelante. Todo vale. Se aceptan críticas, pedidos y recomendaciones.

Me despido con una frase de Bernardino Rivadavia “Uno trata de copiar y lo que le sale mal es creación” ¡Bienvenidos!